Nélida está sentada en su sillón favorito, rodeada de las luces tenues de la noche.
La televisión está encendida, y en la pantalla, un programa de entrevistas nocturno está en vivo.
Susana es una de las invitadas, y su voz resuena con confianza mientras comparte sus pensamientos sobre el amor y las relaciones.
“El amor cambió”, dice. “Ya no es lo que era antes. Yo selecciono con quién me relaciono, y no tengo tiempo para el amor. Las relaciones a la antigua son cosa del pasado”.
Mientras habla, su mirada se desvía hacia la cámara, conectando con el público en casa.
Nélida la escucha atentamente. Mientras la veo, pienso en sus palabras.
Y entonces, sin pensarlo, respondo en silencio. “No, Susana, el amor no cambió. No cambia ni cambiará. Porque es el sentimiento más sublime y eterno”.
El amor no es algo que se pueda seleccionar o controlar. Llega cuando menos lo esperamos, y nos envuelve con su fuerza y su ternura. No es un intercambio de intereses o beneficios, sino un sentimiento que nos hace sentir vivos y conectados con los demás.
El amor verdadero no es selectivo, no busca perfección o condiciones. Se da sin esperar nada a cambio, y nos hace sentir amados y valorados por quienes somos.
Susana sigue hablando, pero yo ya no la escucho, perdido en mis propios pensamientos sobre la naturaleza del amor.
Carlos Alberto Leiva